El fútbol era un rito en casa. Cuando era pequeña, nos reuníamos en la sala para mirar alguno de los partidos de los que disfrutaba mi papá. Generalmente, veíamos los encuentros de la Selección Mexicana, pues a pesar de que mi padre disfrutaba del fútbol, nunca ha sido un gran aficionado a este. Con las limitaciones de la falta de explicación, el juego generaba mucha curiosidad en mí. Poco entendía del deporte, pero el magnetismo de este era mucho más fuerte. Recuerdo con gozo las tardes de juego en la calle de mi barrio, cuando las diferencias normativas de género no estaban tan establecidas entre los niños de la colonia.
Jugar al fútbol era una forma de hacerme sentir especial. No hay duda de que el balompié no ha dejado de ser un deporte dominado por hombres y de cierta manera, deja de lado a las mujeres. Por ello, el simple hecho de ser buscada por los niños como un igual, significaba mucho para mí, pues yo sé que no era la mejor jugando y aún así, nunca fui excluida o tratada de una forma diferente. Tal vez en cierto modo fui blanco de quejas, pero no por el motivo de ser una niña, más bien era por las tantas patadas y golpes que le llegaba a propinar a los muchachos con el afán de hacerme con el balón.
Pero las cosas cambian, y las diferencias entre niños y niñas (No porque las haya, sino, porque la sociedad nos ha establecido que somos diferentes) se vuelven más significativas. Probablemente eso haya sido la clave por la cual mi gusto hacia el juego de pelota fuera reprimido.
Tuvieron que pasar alrededor de cuatro años para que el fútbol regresase. El retorno de este llegó junto a una persona, que se volvió sumamente importante, a mi vida. Dicen que la pasión se contagia, y la forma en que él ve, mira y disfruta este deporte, hizo eco en mí.
Con el paso del tiempo, aquello que me gustaba de manera incomprendida, cobró un mayor sentido. Y es que al contrario de lo que muchos piensan, jugar fútbol no es solo correr tras un balón. Ver un partido no es solo mirar como 22 tipos corren y luchan por tener una pelota en los pies. Seguir a un equipo no es pelear y odiar a las otras escuadras, y mucho menos estar presente solo en los buenos momentos, hay que saber perder y mantenerse ahí, apoyando en toda circunstancia. Ya decía Vargas Llosa “Todos pueden amar una puesta del sol y la alegría, solo algunos son capaces de amar el caos y la decadencia”
Aún con todo el nuevo conocimiento que tengo, y toda la pasión que ha generado en mí, la gente sigue preguntándome incrédula: ¿En serio te gusta el fútbol? Cada que grito un gol, cada que sufro cuando mi equipo recibe un contragolpe, cada vez que me enfado después de ver un penal mal cobrado, cada vez que me emociono por una jugada que simplemente es magnífica, cada vez que le pido la clase a los maestros para poder ver la Champions, cada que me atrevo a hacer un comentario en relación al fútbol siendo una mujer. Nunca hace falta esa pregunta.
En verdad hay que quitarnos ese estigma de que a una mujer no le puede apasionar el balompié en todas sus expresiones. No sólo es tedioso y molesto escuchar esos comentarios día a día, es irritante. El fútbol ha sido tomado de manera exclusiva para el género masculino, esta idea ha sido tan normalizada que, hasta las mismas mujeres, a veces la hemos compartido, rechazando a todas aquellas que sienten un deseo de practicarlo o simplemente verlo.
Está claro que hemos buscado la liberación en muchos ámbitos, y realmente siento que el deporte necesita mucho más apoyo del que se le ha dado. El fútbol no debe ser considerado como una practica que no permita mujeres, y mucho menos debemos aceptar esa sentencia. Hay que saber valorar nuestras capacidades y empezar a fomentar la aceptación y el gusto por este y otros deportes en nuestras generaciones femeninas futuras.
“Si no incluimos las capacidades del movimiento en el contexto de las restricciones vitales de las mujeres, queda incompleto el mapa de estudio de su empoderamiento”
Matilde Fontecha, doctora en Filosofía y licenciada
en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte.
